Hay dos palabras: transición energética, las cuales no han dejado de pronunciarse en la última década. Sin embargo, ¿realmente tenemos claro cuál es su significado y en qué contexto se utiliza? La transición energética es “un cambio estructural a largo plazo en los sistemas energéticos”, a lo cual también se le conoce como descarbonización del sistema energético. Esta segunda definición es muy clara e involucra una variable que juega un papel muy importante y es el largo plazo.
Sin embargo, las transiciones no se dan de la noche a la mañana y requieren de un modelo estructurado. La primera transición energética data del siglo XIII con el reemplazo de la leña por el carbón, necesidad que se da por temas económicos.
Hoy en día, el tema en los medios de comunicación es la escasez de gas en Europa y como consecuencia el aumento en los precios del carbón y del petróleo. Esto no es ninguna sorpresa, más cuando los países desarrollados han expresado su voluntad de migrar hacia energías renovables, con metas restantes para la reducción de la huella de carbono. El problema, es que para ellos su apuesta no ha considerado planes alternativos, que permitan cubrir sus necesidades.
Era más que obvio que la demanda de energía post-pandemia sería muy fuerte y hoy observamos que, el mercado no se ha podido adaptar a esta condición. La oferta no es suficiente y países como Holanda han pensado en reabrir uno de sus campos de gas, cerrado por su lineamiento de migrar hacia otras fuentes de energía para suplir la demanda.
Hasta hace poco, el campo de gas más grande en Europa “Groningen” se cerraría por completo para 2023. Sin embargo, con la situación del sector energético europeo este campo sigue siendo necesario, dado que la actual crisis podría tener graves consecuencias para las economías de la Unión Europea. Esto no es más que una muestra de la falta de realismo de los países desarrollados en cuanto a los riesgos de una transición energética.
Ahora, el precio del gas a nivel mundial aumentará la demanda del carbón y del petróleo en el invierno. Un cambio de gas a petróleo, más la recuperación continua de su demanda mundial, hacen que se pronostiquen precios de US$80 e incluso US$90 este invierno, y quizás US$100 por barril a fines de 2022. Con respecto al carbón, se espera un precio promedio de US$190 por tonelada de la referencia de Newcastle en Asia, para el último trimestre del año.
Como la geopolítica juega un papel determinante, si la tendencia alcista de los precios continúa, la reunión mensual de la Opep+ podría aliviar los recortes a partir de noviembre en unos 400.000 bpd por mes buscando una estabilización. De toda esta situación, Rusia se ha posicionado muy bien y con movimientos estratégicos tiene el poder y los recursos para ser determinante en esta mini crisis energética.
Todo cambio es posible, pero requiere ajustarse a las condiciones del entorno. ¿Acaso ya se olvidó lo ocurrido en Texas a finales de febrero de este año?, como dice una frase del poeta George Santayana: “Aquellos que no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo”. Es el momento entonces de poner en práctica lo aprendido y no forzar a que en el corto plazo suceda lo que no está diseñado para que así sea.
Óscar Díaz Martínez
Presidente de la Junta Directiva de Acipet